LAS ADORATRICES

por Deby Ballarella


En el principio, el sol y la luna compartían el cielo. Dos esferas: una dorada y otra plateada, brillaban siempre juntas sin distinguir el día de la noche, ni las mañanas de las tardes.
Las adoratrices, morenas mujeres de largos cabellos, hermosa voz y ritmo en la sangre, adoraban al sol y le otorgaban poderes mágicos. Le rendían culto por medio de cánticos y danzas, agradeciéndole su protección, su luz y su calor.
La luna, enferma de celos, siempre quiso llamar la atención de aquellas mujeres que parecían ignorarlas, y después de mucho practicar, cambió su forma, inventándose cuatro caras.
A pesar de todos sus esfuerzos, las adoratrices eran fieles al dios sol, que brillaba glorioso, conciente del encanto que despertaba.
Nadie sabe bien como sucedió, pero la luna logró esconder al sol y por primera vez se hizo de noche.
Las adoratrices sintieron miedo, su dios había desaparecido de repente, dejándolas solas y desamparadas.
Sospechando que la luna tendría algo que ver, comenzaron a darle la importancia que reclamaba.
Le pusieron nombre a sus cuatro caras llamándolas: nueva, creciente, llena y menguante.
Luego contaron nueve lunas para esperar los nacimientos y convencieron a los lobos para que le canten serenatas cuando lograra su forma completa.
La luna, orgullosa, se olvidó del prisionero y el sol pudo escapar.
Las adoratrices, contentas, volvieron a adorarlo y la luna enloqueció.
Desde ese día lo corre y trata de alcanzarlo. Casi nunca lo logra. Así tuvo comienzo el día y la noche.
Muy de vez en cuando, la luna se sale con la suya y lo vuelve a atrapar,
Cuando esto ocurre los hombres creen estar frente a un eclipse de sol, pero las adoratrices saben de que se trata.

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